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¿Cuáles fueron las capacidades directivas de Hitler?
Javier Fernández Aguado acaba de publicar 'El management del III Reich'
 

03/09/2014 Presidente de MindValue y premio a mejor Asesor de Alta Dirección y Conferenciante español 2014 (Grupo Ejecutivos), Javier Fernández Aguado acaba de publicar un original estudio sobre el estilo de gobierno de Hitler titulado "El management del III Reich" (LID Editorial). Es la primera vez que se analizan de forma concienzuda las capacidades directivas de quien ha sido calificado como el Atila de los tiempos modernos.

¿Cómo definiría el liderazgo que ejerció Hitler?
Me resisto a calificar a Hitler como líder. Fue un manipulador inmoral que, con una gran capacidad de comunicación en un entorno de grave crisis económica movilizó a un pueblo hacia el desastre. En una época, semejante, por cierto a la que otros hicieron lo mismo: Mao, Lenin, Stalin... A pesar de las aparentes diferencias estamos hablando de idéntico fenómeno. A saber, experimentos sociales en los que los individuos no importaban.

Todo lo justificaron, como hoy en día también lo hacen sus discípulos, tras un supuesto beneficio para un colectivo genéricamente denominado “el pueblo”. En realidad, lo que buscaban era la sustitución de una nomenclatura por otra: la de los antiguos capitalistas alemanes por la de los jerarcas nazis; la de la corte de los zares por los déspotas bolcheviques; el de los sátrapas del emperador chino por los marrulleros maoístas, etc.

¿Cuáles eran los puntos fuertes de su estilo de liderar?
Hitler fue un destacado comunicador, también debatía con astucia, fue trabajador incasable en sus primeros tiempos, oportunista redomado... A la vez, carecía de los más mínimos escrúpulos, cualquier persona era un escabel para su pedestal, mentía por sistema, disfrutaba enemistando a sus subordinados, menospreciaba a quienes contaban con preparación técnica superior a la suya, despreciaba a quienes aseguraba defender.

Son características semejantes a las que he visto directivos de numerosas organizaciones. Me viene ahora a la cabeza la alta dirección de una universidad privada que conocí con detalle. Salvo el no pequeño pormenor del asesinato físico, allí practicaban los mismos principios que los nazis: selección para mandos intermedios entre los más torpes y manipulables, potenciación de gente torticera, aprovechamiento al máximo del puesto alcanzado para el propio enriquecimiento y capricho, etc. Todo, eso sí, rodeado de palabrería sobre la formación de la juventud y los altos ideales a los que se aseguraba se conducía a los alumnos. Hitler, permítaseme la chanza, hubiera hecho buen papel como presidente de la Fundación que daba cobertura a aquella institución académica.

¿Cuál fue su secreto para “enganchar” a tantos seguidores? ¿Cómo se consigue una lealtad tan incondicional?
Hitler prometía lo que la gente quería escuchar: que Alemania no pagaría las deudas fijadas en el Tratado de Versalles, que volvería a ser un país prestigioso y poderoso, que los arios dominarían el mundo. Ni más ni menos que las mentiras proclamadas por los nacional-racistas que en el mundo han sido y son. Aderezaba, además, esas quimeras con la investidura de un supuesto enemigo –en su caso, los semitas- a quienes acusaba de lo malo que sucedía. ¿No hacen lo mismo algunos escoceses con gran Bretaña, por poner un ejemplo? ¿O determinadas regiones en algunos lugares del mundo con el resto de su país? Determinar algo o a alguien a quien responsabilizar de lo malo que acaece es un modo ruin de unificar a un colectivo. Hitler y sus secuaces añadían, además, el factor amenaza a cualquiera que no se comportaba como él deseaba. Impusieron, lo mismo que los leninistas, el imperio del terror.

La lealtad perruna (con perdón de los canes) que deseaba Hitler de sus súbditos no era diversa de la que ansían organizaciones con fines supuestamente elevados. Para los dirigentes de medio pelo, la máxima aspiración es contar con mediocres, que no reflexionen. Me aseguraba un mando de una organización que prefiero no nombrar, pero cuyo nombre sorprendería a muchos: “tengo la suerte de no pensar; por eso sobrevivo a los vaivenes en esta institución. Quienes aspiran a aportar algo acaban sufriendo y saliendo, porque aquí se perdona todo menos la inteligencia. Aquí sólo sobrevivimos los vulgares, porque es el perfil que realmente se busca y gusta”. Desafortunadamente tenía razón.

¿Hitler era capaz de delegar? ¿Qué características tenían sus “directivos”?
Hitler era un controlador obsesivo. Schellenberg (responsable del contraespionaje nazi) cuenta en sus memorias que cuando un tema caía bajo el ámbito de observación del führer ya todo dependía de sus venalidades que eran también banalidades.

Sobrevivieron a su lado los anodinos, quienes nunca le llevaban la contraria, quienes sólo vivían en función del último antojo del cabo austriaco. Su jefe de alto estado mayor, Keitel, era conocido por sus colegas como el General “sí, señor”, por ser ésa su respuesta constante a Hitler. Goering aseveraba que sólo importaba una cosa, lo último que hubiera dicho Hitler. Así he oído repetir en determinadas organizaciones: lo único relevante, la postrera ocurrencia de quien llevaba el timón.

¿Cuál debe ser la primera lección que debemos extraer en la sociedad actual?
Nos encontramos ante el desafío de encontrar modos de gobierno que no piloten en las mismas simplezas que el nazismo y el comunismo. Determinadas chuscadas populistas que se han extendido en países de Europa y América son manifestaciones idénticas aunque vendan novedad del mismo desconcierto con el que vivieron nuestros ancestros en el siglo XX. Ojalá no tengamos que experimentar nosotros ni nuestros hijos las demoledoras consecuencias de esos perniciosos ensayos sociales disfrazados de utópicas, y falaces, buenas voluntades.

¿Hay empresas que pueden parecerse al Reich?
¡No sólo empresas! ONG’s, países, fundaciones, instituciones religiosas... La estupidez humana, como bien señalara Einstein, es tan indefinida como el universo. Bastantes se empeñan en probar una y otra vez modelos que no es posible que funcionen, porque van directamente contra el núcleo de lo que es el ser humano.

¿Cree posible que se de otra figura histórica como la suya?
He detallado en otros lugares que Hitler es el tercero de la lista de los mayores asesinos en serie. Muy por encima de él se encuentran Mao y Stalin. Por debajo, la lista es larguísima. Si prescindiésemos del gravísimo aspecto de los asesinatos, me atrevería a decir que el elenco llenaría muchas páginas. Es revelador que quienes –con toda justicia condenan los asesinatos del régimen nazi- replican en sus organizaciones muchos de los modos de hacer de aquella pandilla de truhanes codiciosos.

La esperanza es que muchas personas procuran diseñar sistemas más creativos y respetuosos con la criatura humana, y existen experiencias gratificantes y esperanzadoras.
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