Revista digital
TRIBUNA
noviembre 2017

¿Seguro que queremos cambiar?

Jaime Batlle,
Director Programa de Desarrollo Directivo de Fundación FOE

 
Jaime BatlleCasi todo está en los clásicos. Respecto al cambio "lo más estable es el cambio" sentenció Heraclito, aunque traer a colación a los filósofos es algo muy del gusto de gurus y de quienes trabajamos profesionalmente en el ámbito de desarrollar directivos en las Empresas u orientamos programas docentes en las escuelas de negocio, para aportar peso cómplice a nuestra ligereza verbal. (Un Griego un Romano y un Aleman, suelen aportar una complicidad intelectual con sobredosis de apariencia, ciertamente notable), pero a poco que profundicemos con un poco de rigor, nos daremos cuenta de que las sentencias de los sabios suelen tener más tela que cortar si no queremos pasar de puntillas por encima y de soslayo.
Relacionar la estabilidad con el cambio implica en una primera aproximación, definir con precisión a qué tipo de cambio nos estamos refiriendo. Desde una perspectiva biológica, social o tecnológica es evidente y diría que imparable. Desde la perspectiva del cambio de actitudes o del posicionamiento profesional respecto a una realidad interpretada exclusivamente por el sujeto, no está tan claro que la estabilidad del cambio, es decir, la inevitabilidad del cambio sea un hecho en relación al sujeto en cuestión.
Viene esto a colación porque en demasiadas ocasiones escucho o leo a profesionales de esto que llaman los recursos humanos, ampliar el espectro del concepto "cambio" haciéndolo bascular hacía escenarios donde habitan las voluntades individuales, que tienen todo el derecho a no querer cambiar desde la posición en que se encuentran, respecto a la realidad o escenario que se les propone.
Al hacerlo, el "misionero profesional" adquiere una pátina patética que suele agrandarse de manera directamente proporcional a la evidencia de su mal ejemplo o desconocimiento de la realidad en su dimensión más global o más concreta, esta última centrada en la realidad del individuo a quien se invita a cambiar.

Conste que todo desarrollador que se precie en esto de los recursos humanos; !presente!, ha cometido pecado de pedir cambios a los demás, sin tener ni idea de la realidad del individuo a quien tal cambio se solicitaba. A veces con argumentos apocalípticos.
Con los años he aprendido tanto a distinguir a un torpe por la cantidad se veces que dice lo listo que es, como a distinguir botarates por el nivel de seguridad o Apocalipsis con que solicitan cambios a los demas sin conocer la realidad del otro.

Nadie cambia si no siente la necesidad de hacerlo. Quizá deberíamos orientarnos, los profesionales que nos dedicamos a desarrollar personas en el ámbito de los recursos humanos de las empresas, a conseguir que se descubran a si mismos y/o ayudarles a descubrir e interpretar la realidad, con una mayor precisión objetiva, suponiendo que tal concepto pueda existir.
Pero solo desde ahí, se me antoja que es posible ayudar a otro/a a cambiar.

Con el cambio ocurre como con la motivación, el liderazgo o la confianza; es interno, no se puede pedir como consultor o Directivo y si alguien de tu equipo o de tu influencia profesional en un momento dado, lo lleva a cabo, que sea para bien. Eso dependerá de cada uno.
No quisiera ser quien cargue con tal responsabilidad.
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