Ana Meso, directora de Outplacement en Lukkap, nos cuenta los beneficios del outplacement para las personas, las empresas e incluso las arcas del Estado
El interés real por las personas que han trabajado para una corporación durante una etapa de sus vidas y el cuidado hacia quienes se quedan es un mensaje claro de orientación y atención hacia el colaborador.
Es un momento crítico y delicado, ya que aquello que hagamos y, sobre todo, cómo lo hagamos condiciona y determina la situación, estabilidad, compromiso y rendimiento del colaborador. De hecho, según el último Índice de Medición de la Experiencia durante el Offboarding que llevamos a cabo, el eNPS –Employee Net Promoter Score– baja hasta 44 puntos porcentuales en los empleados que se quedan en una organización tras vivir una reestructuración. Y es que, una desvinculación gestionada de manera abrupta, oscurantista o inapropiada influye directamente (y de un modo cuantificable) en el trabajo habitual de los equipos. En estos casos, es habitual detectar una forma de trabajo y relación desde el miedo y, por tanto, la parálisis; así como desde la reactividad por no compartir o comprender cómo se han producido las bajas.
A la hora de intentar cuantificar el coste de la salida de un colaborador es habitual realizar un cálculo basado en los conceptos relativos al finiquito, si bien es importante tener en cuenta los costes adicionales derivados de la curva de aprendizaje necesaria y los recursos destinados para que se produzca, así como la integración en el nuevo entorno para la persona que le sustituya –si es el caso–, con el consecuente sobrecoste que implica.
Ahora bien, el incremento de coste de mayor impacto lo genera la readaptación a la nueva situación de las personas que se quedan o la sustitución del talento, llegando a repercutir hasta 122 veces el coste del rol que ya no está. Por eso, resulta crucial dedicar especial atención a los procesos de salida de colaboradores de la organización y contar con asesoramiento especializado en caso de ser necesario.
Parece lógico pensar que, a menores costes estructurales, mayor EBITDA. Sin embargo, hay compañías donde el impacto de un 10 % en la masa salarial no se correlaciona con un incremento del EBITDA. La compleja estructura de costes de las organizaciones y, en ocasiones, recortar los costes directos puede incrementar los indirectos más de lo que nos podemos imaginar a priori. De manera cortoplacista, una reducción de plantilla puede impactar ligeramente a favor; si bien, a largo plazo, lo habitual es que tenga un impacto negativo sobre el EBITDA.
Así es, al reducirse el tiempo medio de recolocación a la mitad –lo que conseguimos con nuestros programas de outplacement – también se reduce el tiempo que las personas cobran el paro, lo que supone un ahorro de miles de millones de euros al Estado.
Un buen programa de outplacement ha de poner en el centro a la persona, considerando su histórico, su realidad actual y su enfoque a futuro; debe contar con las herramientas necesarias de cara a lograr su objetivo y con todos los recursos necesarios para alcanzar su siguiente paso profesional. Todo lo anterior no se puede producir si asumimos un proceso de este tipo como una serie de acciones paquetizadas para cada cliente, con independencia de las variables de análisis y trabajo indicadas. Esto, por supuesto, devalúa el concepto de outplacement en general, ya que cuando un profesional experimenta esta falta de adaptación a sus necesidades y una pobre aportación de recursos, el outplacement pierde todo su valor.
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