Las dudas siempre acechan. Al decirles que quería estudiar, mis padres de acogida me decían que era imposible que alguien con 18 años aprendiera a leer y a escribir. Para ellos, era mejor aprender un oficio. Obviamente, cabía la posibilidad de equivocarme, pero también es cierto que cuando uno asume la responsabilidad, también tiene esa ventaja. Yo solo les pedía intentarlo. El miedo al fracaso no nos deja avanzar. En mi humilde opinión, el éxito no es más que una acumulación de fracasos sin perder la ilusión. El secreto del éxito radica en la ilusión de intentarlo una y otra vez. Y equivocarse es una oportunidad para intentarlo de nuevo.
Cuando, en 2012, abrí las puertas de la primera aula de informática en la escuela San Agustín de Ghana, con casi 850 alumnos, mi intención tampoco era montar un gran proyecto. Nasco Feeding Minds ha superado todas mis expectativas. Todavía falta mucho por hacer, pero teniendo en cuenta que, con el sueldo de un mecánico de bicicletas que no llegaba a 1.000 euros, a fecha de hoy ya contamos con 58 escuelas y 17 aulas de informática donde este curso hay matriculados más de 6.300 alumnos, no está nada mal.
No soy economista ni un gran matemático, pero sí he leído a grandes pensadores. En concreto, la economista africana y profesora en Harvard Dambisa Moyo demuestra en el libro “Dead Aid” que desde que acabó la segunda guerra mundial y hasta 2008 se habían destinado 2,7 trillones de dólares a ayuda humanitaria y, en cambio, África era más pobre en 2008 que en 1945. ¿Cómo puede ser? Esos 2,7 trillones de dólares fueron a alimentar estómagos, que es lo que siguen haciendo la mayoría de ONG en África. Es cierto que millones de personas han podido comer y que muchas han sobrevivido gracias a esas ayudas, pero no podemos cegarnos con este mecanismo porque nunca ha funcionado ni jamás va a funcionar. Es hora de cambiar de estrategia: las grandes batallas se ganan desde dentro.
Efectivamente. La mejor forma para llegar a una persona es alimentar su mente. Cuando se encuentran a una persona negra en la calle pidiendo ayuda, aquellos más generosos le compran un bocadillo en la panadería más cercana. Así te aseguras una ingesta, pero… ¿qué pasa el resto del día? ¿Y el día siguiente? ¿Cuál fue la diferencia cuando Montse, mi madre, me encontró en la calle Navas de Tolosa, en Barcelona? Que ella no me compró un bocadillo, me dio algo mucho más valioso: escucharme cinco minutos para saber qué era lo que realmente necesitaba. Esa humildad fue la que le hizo ver que, después de comer, necesitaba alimentar mi mente porque eso es lo que me va a dar de comer. Esa es la base de Nasco.
Hay que entender que lo único permanente en la vida es el cambio. Es cierto que nos cuesta mucho adaptarnos al cambio, cuando hacerlo es fundamental para sobrevivir. Debemos entender que detrás de las empresas hay personas y si una empresa quiere evolucionar o innovar debe poner el foco en esas personas. Hay que alimentar mentes para crear oportunidades. Actualmente, en Nasco ya hay 28 personas que saben programar y que, gracias a la otra pata de la ONG, Nasco-Tech, están trabajando para una quincena de empresas españolas sin subir a ninguna patera ni saltar ninguna valla. Y si yo logré llegar vivo de Ghana no fue por ser el más fuerte, sino porque mi propósito en la vida es ser la voz de aquellos que no llegaron y evitar que más jóvenes africanos deban emprender el mismo camino que tuve que hacer yo. Hay que luchar contra la falta de formación, la falta de información y la falta de oportunidades y la mejor herramienta transversal para ello es alimentar las mentes.
Al principio, cuando me propuse que nuestros programadores trabajaran a distancia para empresas españolas, la gente pensó que estaba loco. A raíz de la pandemia del Covid lo de trabajar en remoto ha demostrado su viabilidad, pero hace 12 años nadie me apoyaba. Imagina la fuerza mental y autoconvencimiento con los que tenía que llevarlo todo hacia delante. Con el tiempo esto ha cambiado y, por ejemplo, el director general de Digital Services de Banco Santander, Lorenzo Rapún Jiménez, publicó hace poco un post en LinkedIn sobre Nasco Feeding Minds tras contratar a tres chicos entre julio y noviembre del año pasado en el que destacó su nivel. Se sentía agradecido por haber dado el paso de confiar en nosotros y comprobar que el talento no tiene color.
En este tiempo, han pasado por nuestras escuelas casi 60.000 alumnos. Empiezan siendo niños de diez años y algunos se forman hasta los 20 y más. Destaco la historia de Simon, que de pequeño ya era bastante hábil y destacaba. Cuando la primera empresa que confió en nosotros, SuperIndie, en el sector de los videojuegos, nos contactó para contratar algún programador, enseguida pensamos en él. Hace dos años, volví a Ghana y vi a Simon. Me llevó hasta el colmado que había montado junto a su mujer, donde ella trabaja, para presentármela. Con el sueldo de programador, Simon no solo había montado ese colmado, sino también una panadería donde trabaja su hermana y una empresa de sonido para bodas y eventos en la que tiene contratados a dos trabajadores. Son casos con nombres y apellidos reales que, además, se convierten en referentes dentro de la comunidad.
Nos engañan diciendo que hay héroes en el mundo y que, por ejemplo, Steve Jobs ha cambiado la forma de pensar de la humanidad, que Bill Gates ha sido un visionario en su campo, o que Martin Luther King ha sido un referente en lo que a justicia social se refiere. Pero de lo que la gente no se acuerda es que detrás de esas personas hay equipos. Ninguno de ellos, ni nadie, ha logrado el éxito solo. No existen los “supermanes”, existen los superequipos. Aprovecho para dar las gracias a esas empresas que no solo basan su éxito en los beneficios, sino también en la mejora del entorno donde operan. Todavía queda mucho camino por recorrer, pero debemos celebrar que las empresas hayan abrazado este concepto de actuar holísticamente y que se preocupen de crear valor no solo para los inversores, sino también para toda la sociedad. La empresa Cabify, sin ir más lejos, nos acaba de donar un centenar de portátiles. El día de mañana, todas las empresas que colaboran con Nasco quizás puedan contratar a uno de los programadores formados en nuestra ONG gracias a sus donaciones, lo que convierte esa acción en un win-win. Y ya lo dice el refrán: si quieres llegar más rápido, ve solo; si quieres llegar más lejos, ve acompañado.
Ousman Umar también imparte charlas motivacionales para empresas, directivos, fundaciones y escuelas. A raíz de los dos libros que ha escrito, “Viaje al país de los blancos” y “Desde el país de los blancos” –cuyos beneficios se invierten en la ONG Nasco Feeding Minds–, también lleva a cabo clubes de lectura. A nivel ejecutivo y empresarial, lo que intenta es compartir su testimonio. “Yo no voy a inspirar a nadie: la inspiración la lleva cada uno dentro, lo que pasa es que, a veces, necesitamos un espejo para darnos cuenta de lo que debemos hacer”, señala. Al contarles cómo sobrevivió en el desierto, la mayoría de los asistentes se da cuenta de que hay muchas maneras de hacer las cosas. “Sobre todo, comparto con ellos la idea de que es cuestión de querer. Querer es poder y si no quieres, difícilmente podrás”, apunta.
Por su parte, las charlas en escuelas y universidades se enfocan a cómo un chico de 18 años sin saber ni leer ni escribir, en tres meses, y mientras trabaja, aprende a hacerlo en dos idiomas. “Algunos de esos alumnos muchas veces no son conscientes del valor de la educación ni de la suerte que tienen por tener la oportunidad de estudiar”, destaca. Umar tuvo que recorrer 22.300 kilómetros –los que separan Ghana de España– para poder estudiar y cuando son conscientes de lo que supuso su periplo, muchos retoman los estudios con más ganas y más compromiso. “Ese es el verdadero éxito de mis charlas”, concluye.
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