Una “converserencia” es una fórmula a medio camino entre la conversación y la conferencia, protagonizada por Leopoldo Abadía y Sebas Lorente
Sebas Lorente (S.L.): Es un formato muy similar al de una entrevista. Tenemos un contenido que ajustamos o podemos convenir con la empresa, pero siempre dentro del mensaje que transmitimos de optimismo realista, de animar a las empresas, de cohesionar equipos, de que la gente trabaje a gusto y demostrar que todo esto va en beneficio de la empresa. Con un contenido así, en lugar de dar una conferencia cada uno, empezamos a hablar Leopoldo y yo, y nos salimos de guion, pero siempre es divertido y dinámico.
Leopoldo Abadía (L.A.): Añadiría, además, que hablamos de cualquier tema sobre la base del optimismo.
L.A.: El optimismo no consiste en decir que no pasa nada, porque lo que pasa es muy serio. El optimismo es luchar con uñas y dientes para salir adelante de una situación concreta. Si yo tengo una empresa, ya sea de 3 o de 3.000 empleados, y todos me cuentan lo mal que van las cosas por la pandemia, el cambio climático…, al final, todas las personas dirán que todo va mal. Me gusta decir a la gente que trabaja conmigo que las cosas van “preocupantemente bien”. Así, hago que luchen con uñas y dientes para salir adelante.
L.A.: Si contamina: “Goodbye”. En mi empresa, cuando me encontraba ante una persona que contaminaba, la llamaba al despacho y se lo explicaba claramente: “En esta casa todo irá muy bien si todos luchamos con uñas y dientes. Por favor, lucha con uñas y dientes”.
S.L.: Todos tenemos motivos para quejarnos, pero si trazamos una línea imaginaria y en un extremo situamos la felicidad y en el otro, la amargura, ¿dónde situaríamos a la persona que se está quejando todo el día?
S.L.: Hay que demostrar a la gente que quejarse no es bueno. A veces, es necesario quejarse para mejorar las cosas, pero vivir obsesionado con lo que no te gusta, no te va a reportar felicidad. Los departamentos de gestión de personas trabajan para que la gente vaya a trabajar lo más contenta posible, pero el profesional también tiene que aportar.
S.L.: Es perfecto todo lo que haga la empresa. Todo suma. Pero está muy de moda decir que hay que pensar en grande y se trata de lo contrario: tienes que pensar en pequeño, preocuparte de tu parcela y llegar al trabajo con una motivación intrínseca de lo que tienes que hacer en la vida. Es absolutamente normal tener problemas, pero tienes que aceptarlos para vivir de la mejor manera posible.
L.A.: Estas cosas dependen de cómo es uno, de lo que tiene en casa, de lo que está pasando. Es muy importante saber cómo vienen de casa porque si llegan a la oficina desmotivados por problemas personales, el jefe o el director de personas debe pensar que esa persona es la más importante en ese momento.
S.L.: A menudo me preguntan por el título de mi libro “8 días levantándome de #BuenHumor” y siempre contesto que yo tengo esa suerte que no todo el mundo tiene. Para mí, la actitud positiva no es ir sonriendo y estar contento, la actitud positiva consiste en apretar los dientes. Es saber que vamos a tener problemas, que van a venir y que los vamos a vencer.
S.L.: El optimismo se puede contagiar porque si tú eres educado, amable, agradable y alegre con una persona es difícil que te conteste con la moneda contraria porque ya la estás invitando a ser o a actuar, al menos contigo, de una manera distinta. Tú abres las puertas, enseñas un camino y si consigues que la gente lo siga, perfecto. Pero cuando hablamos de optimismo, a mí me gusta hablar de optimismo realista. No se trata de ese optimismo superficial que nos bombardea con mensajes sobre que hay que ir siempre contento por la vida. Hay que ir contento, cuando puedes ir contento, y hay que estar agradecido.
L.A.: Aunque también hay que hacer el esfuerzo de ir contento.
S.L.: Precisamente, el otro día di una charla titulada “Y yo, ¿qué puedo hacer?”. Cuando tienes un problema es muy fácil y cómodo echar las culpas a los demás o quejarte de que las soluciones que han aplicado otros son distintas a las que hubieras aplicado tú. Pero si tienes un problema, debes preguntarte: “¿Yo qué puedo hacer? ¿Qué puedo aportar? ¿Cómo puedo sumar algo? ¿Cómo puedo ser una parte de la solución por pequeña que sea?”, en vez de perder el tiempo en quejas, lamentos y echar la culpa, existe un paso previo que es pensar qué puedo hacer, cómo puedo aportar, qué he hecho mal o en qué puedo mejorar. Esto es fundamental.
S.L.: A mí no me gusta quejarme, no me lo paso bien, pero a veces la queja es necesaria. Si ves una injusticia tremenda o cuando te pisotean los derechos, te tienes que quejar y, muchas veces, te tienes que quejar para mejorar y avanzar. Una queja constructiva puede aportar, pero no te puedes instalar en el microcosmos de la queja.
S.L.: Creo que no. La felicidad es un camino, una meta a la que te intentas acercar con todo lo que haces en tu vida. Todos queremos ser felices y trabajamos en ese camino para alcanzar la meta final que es la felicidad absoluta. A partir de ahí, tendrás mejores y peores momentos, pero son estados de ánimo puntuales.
L.A.: Pero si te preguntan si eres feliz, contestarás que sí y ello no significa que lo hayas conseguido todo.
S.L.: Por supuesto.
S.L.: Es cierto que determinadas personas tienden a mirar la parte negativa de las cosas, pero deberíamos hacer el ejercicio de poner en valor aquellas cosas, que muchas veces minusvaloramos, porque pensamos que son normales como no conocer el hambre, no conocer la guerra, tener casa, ir al colegio…
L.A.: A veces, a mí me dicen que éramos austeros. No gastábamos en móvil, en coches, en ocio… todo eso no existía. Teníamos un hábito de austeridad, pero este hábito era tan necesario antes como ahora. Hay que gastar con cabeza, no consumir por consumir.
Enseñar a las personas en la austeridad es muy bueno. En esta sociedad de crecimiento, o de decrecimiento, hay que enseñar a la gente que se gasta lo que se puede, o un poquito más, y se acabó. Actualmente, la deuda global es tres veces el producto interior bruto global.
S.L.: Los jóvenes están muy acostumbrados a la comodidad y esto, probablemente, les invita a quejarse, que les pongan todo muy fácil desincentiva las ganas de trabajar, de luchar… Creo que no es bueno que lo vean todo tan fácil y lo tengan al alcance de la mano. Ello les da pie a exigir, a reclamar y a dar cosas por hechas. Habría que animar al joven a tatuarse la cultura del esfuerzo.
L.A.: Al joven y al viejo –los padres o los abuelos–, por la influencia que tiene sobre el joven. En las conferencias había una señora que se levantaba, miraba al techo y preguntaba: “¿Qué mundo vamos a dejar a nuestros hijos?”. Y luego se sentaba. Llegué a pensar que siempre era la misma mujer y, un día, que tenía preparada una respuesta, fue una chica joven, que había dejado a sus hijos en la guardería, y le contestó: “Esta pregunta está mal formulada. La pregunta es: ¿Qué hijos vamos a dejar a este mundo?”. Con lo cual había contestado a la señora diciéndole: “Depende de ti”.
Si dejamos a los chavales majos, limpios, educados, nobles, que miran a la cara… ¡Eso es una maravilla!
S.L.: Es lo que llamo el efecto exponencial del desarrollo personal. ¿Por qué? Existirán 50.000 teorías y definiciones, pero, para mí, el desarrollo personal es el camino que hacemos las personas para ser mejores. No hay más. Si yo me ocupo de ser mejor persona con cosas tan sencillas como ser más agradable, generoso, solidario, ayudar… iré contagiando a otros y creciendo exponencialmente.
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