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TRIBUNA
septiembre 2014
Otro gallo cantaría
Fernanda Sáenz Lechón, Montserrat Fernández Martínez,
Community manager, y directora de Nuevo Negocio de Atribord España
Las clases telefónicas ayudan al profesional a mejorar la comprensión auditiva y la expresión oralCada vez que se menciona la modalidad de clases telefónicas ante un responsable de Formación lo primero que hace éste, antes de que podamos terminar nuestra propuesta, es mover la cabeza de forma negativa indicando que no es una opción a tener en cuenta.
¿Qué pasa con las clases telefónicas?
Vivimos en la era de la comunicación. Las nuevas tecnologías están a la orden del día, nos pasamos gran parte de nuestro tiempo enganchados al teléfono para hablar, enviar mensajes, conectarnos a I nternet para cualquier tipo de consulta y, sin embargo, ¿por qué esa fobia a esta modalidad de formación? Se hace muy incomprensible en una generación en la que el teléfono parece una extensión de nuestro cuerpo. ¿Cuál es el verdadero problema?
¿Existe realmente miedo a las clases telefónicas por parte de los alumnos o el miedo radica en que no sabemos cómo implantarlas en la empresa? ¿Pensamos de verdad que no es una buena modalidad para aprender idiomas? ¿En qué nos
basamos?
La experiencia nos dice que, superadas las reticencias iniciales y una vez probada la clase telefónica, el giro de las opiniones es de 180º. Muchas empresas empiezan a implementar esta modalidad poco a poco, con un colectivo reducido, casi de forma experimental, y en muchas ocasiones llega a convertirse en una modalidad tan importante como
la presencial.
Las clases telefónicas ayudan al profesional a mejorar dos destrezas fundamentales en la adquisición de una lengua: la comprensión auditiva y la expresión oral. Ambas destrezas son las que requieren un mayor esfuerzo del participante y el teléfono es el canal más efectivo para ayudarle en su estudio de la lengua meta. Al no poder contar ni con el apoyo del lenguaje no verbal ni con la sinergia que se produce entre compañeros en el aula, la voz se convierte en el único vehículo de comunicación.
Llegar a entender oralmente un idioma es una de las tareas más arduas y, en ese sentido, las clases telefónicas mejoran en pocas sesiones esas destrezas, haciendo que el profesional se sienta más seguro al emplear el idioma en cualquier contexto.
El procedimiento de una clase telefónica es muy sencillo: las clases se basan en las necesidades personales del profesional acordadas con el formador. Tras la clase, el formador enviará sus comentarios por escrito al profesional
junto con el resumen de los puntos que considere más interesantes en cuanto a vocabulario, gramática, pronunciación, etc. Además le propondrá tarea de autoestudio para que pueda preparar el siguiente encuentro telefónico. De esta forma, se combinan las destrezas orales con las escritas y se propicia la continuidad entre una sesión y la siguiente.
El profesional adquiere consciencia de que forma parte de la clase, de que sin su aportación, no hay comunicación. El grado de atención aumenta y la mayor responsabilidad hace, por lo general, que acuda mejor preparado a su siguiente sesión. El trabajo entre sesiones siempre es importante, pero cuando la clase depende del trabajo personal realizado entre una y otra, es realmente apreciable.
La vorágine del día a día, reuniones, viajes, congresos y otros imprevistos dificultan la labor de encontrar hueco en la agenda de un tiempo del que no disponemos. O del que creemos no disponer. Porque si podemos parar para tomar un café a media mañana ¿quién no dispone de media hora para desconectar y charlar por teléfono mientras toma ese café? La clase telefónica ofrece esa otra ventaja, son flexibles a la hora de programarse y pueden impartirse en cualquier situación.
Quizás la reflexión sea motivo para otro artículo y simplemente sea una cuestión de prioridades el tiempo que dedicamos a nuestra formación personal y profesional.
¿Y si en nuestro móvil existiera una app para clases telefónicas?
¿Qué pasa con las clases telefónicas?
Vivimos en la era de la comunicación. Las nuevas tecnologías están a la orden del día, nos pasamos gran parte de nuestro tiempo enganchados al teléfono para hablar, enviar mensajes, conectarnos a I nternet para cualquier tipo de consulta y, sin embargo, ¿por qué esa fobia a esta modalidad de formación? Se hace muy incomprensible en una generación en la que el teléfono parece una extensión de nuestro cuerpo. ¿Cuál es el verdadero problema?
¿Existe realmente miedo a las clases telefónicas por parte de los alumnos o el miedo radica en que no sabemos cómo implantarlas en la empresa? ¿Pensamos de verdad que no es una buena modalidad para aprender idiomas? ¿En qué nos
basamos?
La experiencia nos dice que, superadas las reticencias iniciales y una vez probada la clase telefónica, el giro de las opiniones es de 180º. Muchas empresas empiezan a implementar esta modalidad poco a poco, con un colectivo reducido, casi de forma experimental, y en muchas ocasiones llega a convertirse en una modalidad tan importante como
la presencial.
Las clases telefónicas ayudan al profesional a mejorar dos destrezas fundamentales en la adquisición de una lengua: la comprensión auditiva y la expresión oral. Ambas destrezas son las que requieren un mayor esfuerzo del participante y el teléfono es el canal más efectivo para ayudarle en su estudio de la lengua meta. Al no poder contar ni con el apoyo del lenguaje no verbal ni con la sinergia que se produce entre compañeros en el aula, la voz se convierte en el único vehículo de comunicación.
Llegar a entender oralmente un idioma es una de las tareas más arduas y, en ese sentido, las clases telefónicas mejoran en pocas sesiones esas destrezas, haciendo que el profesional se sienta más seguro al emplear el idioma en cualquier contexto.
El procedimiento de una clase telefónica es muy sencillo: las clases se basan en las necesidades personales del profesional acordadas con el formador. Tras la clase, el formador enviará sus comentarios por escrito al profesional
junto con el resumen de los puntos que considere más interesantes en cuanto a vocabulario, gramática, pronunciación, etc. Además le propondrá tarea de autoestudio para que pueda preparar el siguiente encuentro telefónico. De esta forma, se combinan las destrezas orales con las escritas y se propicia la continuidad entre una sesión y la siguiente.
El profesional adquiere consciencia de que forma parte de la clase, de que sin su aportación, no hay comunicación. El grado de atención aumenta y la mayor responsabilidad hace, por lo general, que acuda mejor preparado a su siguiente sesión. El trabajo entre sesiones siempre es importante, pero cuando la clase depende del trabajo personal realizado entre una y otra, es realmente apreciable.
La vorágine del día a día, reuniones, viajes, congresos y otros imprevistos dificultan la labor de encontrar hueco en la agenda de un tiempo del que no disponemos. O del que creemos no disponer. Porque si podemos parar para tomar un café a media mañana ¿quién no dispone de media hora para desconectar y charlar por teléfono mientras toma ese café? La clase telefónica ofrece esa otra ventaja, son flexibles a la hora de programarse y pueden impartirse en cualquier situación.
Quizás la reflexión sea motivo para otro artículo y simplemente sea una cuestión de prioridades el tiempo que dedicamos a nuestra formación personal y profesional.
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