Revista digital
TRIBUNA
marzo 2008

La formación en los tiempos del ROI

Enrique Piñero Estrada,
diretor general adjunto de Global Estrategias

 
Enrique Piñero EstradaExiste cierta similitud entre el título con que he encabezado esta reflexión y el título de una gran obra literaria; por supuesto salvando la comparación: El amor en los tiempos del cólera.
En estos tiempos donde ya nadie duda de la necesidad de contar con un personal competente profesionalmente, también estamos desarrollando la “costumbre” de medir el éxito de los proyectos formativos a través del beneficio que se obtiene por cada unidad monetaria invertida. El objetivo es que el coste de la formación, la cantidad de euros que se invierte, retorne a la organización, de ser posible multiplicado. A este proceso se le denomina Retorno de la Inversión (ROI).
He de aclarar que comparto plenamente esta costumbre, que más que costumbre es, y debería ser en todo momento, un fundamento o principio básico para medir y expresar la calidad de cualquier proceso: evaluar los resultados que se obtienen.
A propósito de dicha acotación, recientemente en un curso que organizamos para responsables de formación donde analizábamos las técnicas para evaluar la rentabilidad de la formación en las empresas, un participante, tras comentar que en su empresa se habían trazado el objetivo de evaluar la transferencia y el impacto de toda la formación que se desarrollaría en el próximo año, preguntó si creíamos necesario medir el retorno de la inversión de todas las acciones formativas, dado lo complejo que le parecía.

Esa pregunta, que he escuchado varias veces en las últimas semanas, “¿Es necesario evaluar el impacto de toda la formación que impartimos en la empresa?”, bien podría reflejar un incremento de la disposición hacia la excelencia, o bien ser una especie de pregón que augura el establecimiento de una moda. En este ultimo caso evaluar el ROI se convierte en costumbre y se pasa de no medir ningún resultado a intentar medirlos todos desmedidamente; y lo peor, con alto riesgo de hacerlo mal.

En cuanto al ROI, el cálculo del retorno de la inversión supone determinar y conocer la cantidad de euros involucrados en dos fases: lo que ha costado la formación que se ha impartido y el beneficio que se recibe producto de esa formación.

ROI = (Beneficios/Costes) x 100

La primera variable de esta relación coste/beneficio debería ser sencilla de medir: supuestamente, siempre sabemos cuánto nos ha costado la acción formativa que hemos llevado a cabo. Digo supuestamente, pues existen organizaciones donde se producen costes asociados a la formación que no se reconocen como tales o simplemente no estaban planificados y no son considerados. En estos casos, se comete un error cuando se calculan los costes totales y se provoca una desviación del valor real.


Hay que transformar cada euro en una mejora tangible de las personas que gestionan a las personas, que, a su vez, gestionan el negocio

La segunda variable en muchas ocasiones es verdaderamente difícil de determinar. Además del impacto directo de la formación, existen diferentes factores que actúan colateralmente y que pueden influir en los beneficios finales medidos. Para algunas acciones es extremadamente complejo separar la contribución de la formación de los beneficios inducidos por el lanzamiento de un producto nuevo, la mejora de una tecnología, el perfeccionamiento de un proceso o la mejora del clima laboral.

De tal modo podemos afirmar que el cálculo del ROI de la formación es complejo y puede resultar caro. Por esta razón, a pesar de la utilidad de conocer el impacto final de la formación en los resultados de la organización, antes de proceder a evaluar el retorno de la inversión de una acción o proyecto formativo deberíamos analizar la viabilidad e idoneidad de dicha evaluación.

Es decir, convendría estudiar si disponemos de recursos e indicadores que permitan el éxito del cálculo del ROI para cada caso, y si el resultado esperado aportará a la empresa un valor tal como para priorizar el desarrollo del proceso de evaluación.

No podemos ignorar que en muchas empresas los recursos destinados a la formación son limitados en cuanto a presupuesto y profesionales destinados a las tareas de gestión, por lo que deberíamos determinar en cada situación, con datos objetivos, los procesos que mayor valor añadido aportan a la calidad y eficacia de la formación que se desarrolla.

No se trata de abandonar la estrategia de medir y exigir el retorno de la inversión, sino de aplicarla de forma que las experiencias resulten productivas y los resultados que arrojen se constituyan en verdaderos indicadores para la mejora de la formación. Para ello, el cálculo del ROI debe ser un proceso sistemático.

En cuanto a la pregunta sobre si debemos medir el ROI de toda la formación, tal vez la respuesta deseable sea sí. Sin embargo, a cada empresa le correspondería considerar sus necesidades y la magnitud del impacto de cada proceso de evaluación sobre la calidad de la misma. Una buena práctica puede resultar la implantación gradual a partir de pruebas pilotos de procesos de evaluación del ROI.

Es cierto que debemos medir los beneficios económicos; es la mejor manera de conocer e incidir en la rentabilidad final de la formación. Pero medirlos todos puede llevarnos al sacrificio de otros procesos indispensables para la buena gestión de la formación, como son la detección de necesidades, el diseño de las acciones formativas, formación de los formadores, evaluación de la satisfacción, del aprendizaje, de la aplicación de la formación al puesto de trabajo, etc.

Algunos de estos procesos que podemos poner en riesgo resultan indicadores de otros beneficios, como la satisfacción, el aprendizaje y la transferencia, que de una manera directa o indirecta deben conducir al incremento de la rentabilidad de la formación.

Ésta es mi opinión, en estos tiempos donde las modas que se convierten en objetivos priorizados pueden traer “el cólera”, y las malas experiencias pueden poner en duda “el amor” que muchos encontramos en la formación.
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