Revista digital
TRIBUNA
junio 2014

La importancia de un plan de idiomas integral

Frédéric Borne,
CEO de International House Madrid, S.A.

 
Frédéric Bornela diferencia la marcan las empresas o trabajadores que conocen no sólo el idioma, sino los rasgos culturales propios de cada país con el que se trabaja
Al hablar con extranjeros residentes en España, algunos de ellos me hicieron notar que las empresas españolas suelen ser más reticentes a expandirse de lo que se esperaría por su potencial y capacidad de negocio. Aunque esto se suele achacar a la escasa mentalidad emprendedora de los españoles –en contraste con la filosofía empresarial estadounidense, por ejemplo–, no siempre es éste el único motivo. Como contraste a la solidez de las relaciones comerciales con los países latinoamericanos, cuando las empresas se enfrentan a mercados en los que no existe una lengua común que sirva de vínculo cultural y comunicativo, las dificultades son mayores; las carencias en el dominio de otros idiomas, o incluso la falta de confianza en su manejo, son un obstáculo en la expansión global de cualquier empresa, y esto a menudo se hace patente en nuestro país.

Si tenemos en cuenta que –según estudios de la UE– el 72% de los directivos y gerentes de RRHH encargados de la formación en idiomas en sus empresas cree que los ejecutivos españoles tienen un nivel muy bajo de inglés en comparación con el promedio europeo, se comprende que muchas empresas adopten medidas cortoplacistas para superar esta rémora y deseen ante todo poder afirmar que sus trabajadores reciben clases de inglés, pero sin plantearse cómo y con qué objetivo. Sin embargo, se estima que el dominio de un idioma sólo se alcanza tras unas 1.000 horas de estudio, o que la competencia avanzada en otra lengua puede implicar una dedicación de al menos ocho años a su perfeccionamiento
constante.

Aunque estos plazos puedan causar vértigo, es posible conseguir resultados sorprendentes si se desarrolla una estrategia de aprendizaje de idiomas ajustada las necesidades concretas de los empleados. Y para ser eficiente debe basarse en un informe exhaustivo sobre las necesidades lingüísticas, en vez de limitarse a ofrecer un programa estandarizado que ofrezca lo mismo a cada departamento, sin importar lo que se espera de sus trabajadores. Porque el problema de plantear las clases de idiomas como un parche exento de planificación es que muchos empleados percibirán el curso como un incordio o como una mera oportunidad para evitar la rutina laboral. O tal vez consideren el aprendizaje de un idioma un asunto más bien académico, de
utilidad para situaciones puntuales, como un viaje al extranjero. Y esto conducirá a un conocimiento superficial del idioma que sólo resulta útil para las interacciones más
básicas, pero provoca una sensación de torpeza y vergüenza en el hablante que aspira a hacer negocios o a comunicar ideas más complejas en persona.

Encontrar un proveedor de calidad es un paso importante para conseguir esta meta. Debe ser alguien que realice una auditoría de idiomas para conocer con precisión el nivel de los empleados, y que además de conocimientos lingüísticos posea cierto bagaje en la cultura de los negocios y el uso profesional de un idioma. Porque quizás un curso online sea una solución válida para quienes pueden realizar sus contactos con el extranjero mediante sencillos intercambios de correos electrónicos, pero es a todas luces insuficiente si las relaciones comerciales incluyen el trato personal. Éste exige no sólo un dominio del idioma del interlocutor que permita sentirse cómodo, sino un conocimiento de sus costumbres e idiosincrasia cultural. Por eso, el beneficiario del curso debe percibir que se ajusta a sus necesidades y que le resulta de utilidad en las relaciones personales, igual que un estudiante de matemáticas se mostrará más interesado en los números cuando aprecia su
relación con el mundo real –y no como valores abstractos.

Por eso, cada vez se vuelve más valioso un plan de idiomas que también preste atención a la idiosincrasia cultural del
interlocutor. Saber expresarse correctamente en inglés es el requisito esencial, es incluso una marca de buena educación, para dirigirse a cualquier persona de cualquier nación y/o cultura distinta de la suya propia. Pero la diferencia la marcan las empresas o trabajadores que conocen no sólo el idioma, sino los rasgos culturales propios de cada país con el que se trabaja. Sus valores, filosofía comercial, etc. Y el aprendizaje de un idioma debe ir siempre acompañado de formación en cultura de los negocios.

En una reunión de negocios, casi tan importante como el dominio del idioma será conocer una serie de normas de protocolo y ser consciente de sus usos y tradiciones. Saber qué tratamiento dar a un alto cargo de otra empresa, cómo saludar y qué tipo de gestos son acogidos con agrado y cuáles con incomodidad. Por ejemplo, tener presente que para intercambiar tarjetas de visita en Japón es necesario saber el carácter ritual que este gesto tiene para ellos y hacerlo con la máxima pulcritud y esmero, frente a la mayor informalidad propia de España o Gran Bretaña. O que dejar comida en el plato cuando se ha terminado de comer es un gesto de mala educación en Alemania o Francia, pero no así en el Reino Unido, donde se considera de buen tono.

Son sólo algunos pequeños ejemplos de lo que se puede conseguir diseñando un plan de idiomas integral, que cubra no sólo los aspectos más inmediatos del estudio de otras lenguas, sino que tenga en cuenta el valor de la comunicación en su sentido más amplio y las necesidades
específicas de cada empresa. Quizás sea más costoso o sus resultados sólo se perciban a medio o largo plazo, pero la mejora en el valor de la empresa o su proyección internacional recompensará con creces el esfuerzo invertido.
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