04/07/2019 · Una red de equipos que trabajan bajo un cultura centrada en las personas, que apuesta por el la formación a través de ciclos rápidos de aprendizaje, que agiliza la toma de decisiones gracias al uso de tecnología y tiene un propósito común que permite la creación colectiva de valor. Estos son los cinco atributos que, según un estudio de McKinsey, comparten las llamadas ‘organizaciones ágiles’.
Hasta ahora las organizaciones se asentaban sobre estructuras rígidas, donde se seguía una jerarquía que podía ser más o menos flexible pero cuya cúspide era la que tomaba las decisiones y marcaba los objetivos mediante una planificación lineal, donde el control es el valor que primaba. De este modo, aunque sólida, la estructura básica a menudo era rígida y lenta.
No obstante, desde hace algunos años, las empresas han comenzado a incorporar un modelo organizativo más ágil, que hace que la toma de decisiones sea más rápida, que otorga cierta autonomía a unos profesionales que, a menudo, son los únicos responsables de algunos procesos como lo es su propio desarrollo. Este cambio, venido a más gracias al desarrollo tecnológico y a las necesidades que ha traído consigo respecto a una mayor rapidez en la ejecución de tareas y presentación de resultados, no es fácil de implementar en algunos sectores e industrias. Pese a ello, quienes lo han hecho con éxito, manifiestan registrar claras ventajas competitivas y una evidente mejora tanto laboral como productiva.
En este sentido, McKinsey revela en un artículo que “una organización ágil -diseñada tanto para la estabilidad como para el dinamismo- es una red de equipos en una cultura centrada en las personas que funciona en ciclos rápidos de aprendizaje y toma de decisiones facilitados por la tecnología, donde el principio-guía es un fuerte propósito compartido para crear valor junto a todas sus partes interesadas”. De esta manera, se aporta velocidad y adaptabilidad a la estabilidad, creando “una fuente vital de ventajas competitivas en condiciones VUCA (volátiles, inciertas, complejas y ambiguas)”.
Asimismo, sus expertos destacan que las tendencias disruptivas –cuatro, principalmente- desafían al antiguo paradigma. Así, además de señalar el impacto en la evolución del entorno en el que operan las empresas, con patrones de demanda que cambian en todo los grupos de interés, se incide en el cada vez mayor peso que tiene el uso de tecnología para mejorar determinados procesos, que hacen que el trabajo esté cada vez más automatizado, lo cual en esencia supone todo un reto para las organizaciones y los procesionales, que se ven ante la obligación de estar en constante formación.
Junto a ello, la tercera de las tendencias destacada se vincula a la “digitalización acelerada y la democratizan de la información”, que hace imprescindible una eficiente gestión y análisis de los datos y una creciente apuesta por la transparencia en las empresas. “Eso hace que las organizaciones adopten rápidamente la comunicación multidireccional y la colaboración complejas con clientes, socios y colegas”, apuntan desde McKinsey.
Asimismo, el artículo concluye citando la “nueva guerra por el talento”, impulsada por la propia transformación digital y que hace que las tareas centradas en el conocimiento y el aprendizaje creativo se vuelvan cada vez más importantes. “Este talento está conformado por trabajadores en constante aprendizaje. Sus orígenes, pensamientos, composición y experiencia suelen ser más diversos, y pueden tener distintas aspiraciones (por ejemplo, millennials)”, se apunta.
Asimismo, se destaca que las organizaciones mecanizadas también atraviesan una constante agitación interna. Así, la investigación de McKinsey, en la cual participaron 1.900 ejecutivos, revela una creciente adaptación de la estrategia y estructura organizacional por parte de las empresas consultadas y, de hecho, el 82% de ellas ya han rediseñado sus operaciones en los últimos tres años, aunque solo el 3% lo han logrado con éxito.