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20/03/2020 · Learnig by doing -aprender haciendo-, en espacios informales, sociales y colaborativos que poco tienen que ver ya con los de antaño y donde los roles tradicionales de docentes y alumnos se desdibujan y reiventan, en pos de la creatvidad,la innovación, el trabajo en grupo e intercambio de conocimientos y donde los maestros se ocupan -y preocupan- sobre todo de descubrir y potenciar los talentos de sus pupilos y de mantener su motivación siempre arriba. Todo ello a través de una fórmula muy clara: crear e inventar de la mano de las nuevas tecnologías. Estas son las bases de la cultura maker, que tal como señala El País en un reciente artículo, "es heredera del movimiento Do It Yourself (“hazlo tú mismo”) y la cultura del garaje en Estados Unidos y está vinculada a las disciplinas STEM (Ciencias, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas, por sus siglas en inglés)".
Desde su desembarco en el entorno educativo, prosigue el artículo, "se asocia a un aprendizaje práctico basado en los proyectos y el desarrollo de habilidades blandas como la curiosidad, el pensamiento crítico, la reflexión y el trabajo en equipo". Ya sean de ciencia, mecánica, robótica o programación, los programas maker tienen en común "la creación de productos de forma artesanal y comunitaria a través de la tecnología". Un entorno, puntualiza el texto, "donde el énfasis se pone más en el proceso que en la acumulación de contenidos; en la colaboración más que en la competición; en la socialización del conocimiento por encima de la institucionalización del mismo".
Para contextualizar el auge de esta cultura en el marco educativo, El País recorre diversos eventos e instituciones donde queda más claro que las metodologías educativas están virando hacia un modelo donde el auténtico protagonista es el alumno y el aprendizaje, mucho más rico y significativo. El artículo se hace eco, por ejemplo, de la feria SIMO Educación, donde desde 2017 existe un espacio Maker, señala, "para cambiar una realidad indiscutible: la del número de alumnos matriculados en España en este tipo de estudios, que ha ido descendiendo a lo largo de los últimos cursos". Para explicarlo su potencial, da la palabra a Lola González, directora de SIMO Educación, que sobre todo destaca el carácter democratizador que le aporta al aprendizaje: "Todos son creadores en potencia, y tan solo es necesario que se les dé la oportunidad de poner en práctica su idea, de compartirla en un espacio colaborativo y de poder, así, inspirar a todos los demás."
El artículo también cita otros contextos donde la cultura maker ha ganado entero. Son el laboratorio Fablab de la Escuela Politécnica Superior de la Universidad Nebrija, acreditado por el Massachusetts Institute of Technology (MIT), o la treintena de alumnos que, desde la Universidad Carlos III de Madrid, componen STAR (Student Team for Aerospace and Rocketry): provenientes de grados como Ingeniería Aeroespacial, Mecánica Industrial, Telecomunicaciones o Electrónica y Energía, impulsan desde el curso 2018-19 el diseño, desarrollo y fabricación de cohetes reutilizables.
Otros centros que han introducido la cultura maker en sus aulas fuera de la educación superior son el CEIP San Sebastián de Archidona (Málaga), que lleva desde 2014 introduciendo proyectos de impresión 3D, robótica y programación para alumnos desde tercer ciclo de primaria, o el IES Cardenal Cisneros, de Madrid, es un centro de innovación tecnológica con por lo menos un proyecto por cada nivel de ESO y Bachillerato, un espacio maker “directamente vinculado al servicio al prójimo.